Las religiosas de la CMRI > Las monjas marianas: vocaciones

Las monjas marianas: vocaciones

¿Qué es una vocación a la hermandad?

Nosotros la llamamos “hermana”… Cristo la llama “novia”… Al igual que la humilde doncella de Nazaret, ella es madre virgen y su nombre siempre es “María.” Desde los albores del cristianismo, el número de vírgenes consagradas ha sido incontable. Vestidas de blanco o negro, gris, café o azul, ya trabajando en el apostolado activo, ya escondidas dentro de los silenciosos muros de un claustro, la misión de una monja en el mundo es singular, única.

Una vez una Virgen parió, cuidó y sirvió al Salvador del mundo y se convirtió en la madre de todos los redimidos. En un sentido muy real, la monja, gracias a su vida de consagración, también sustenta y sirve a los miembros de Cristo en su Iglesia. Este carácter maternal, entonces, es uno de los atributos más bellos de la religiosa. Siempre que una humanidad angustiada y desconsolada ha tenido necesidad de una madre, la monja católica ha intervenido como una madre enviada por Dios. Los niños siempre la han admirado perplejos, y algunas veces han gritado: “¡Mami, mira: es la Virgen!” No están lejos de la verdad.

Hoy, en este mundo de confusión y de desmoronamiento moral, la dedicación incondicional a los ideales espirituales es más rara que la perla más valiosa. La Sagrada Escritura nos cuenta la historia del joven rico a quien se le hizo demasiado vender todas sus posesiones para seguir a Jesús. Pero ahora, incluso los jóvenes no tan ricos están gobernados por un espíritu de materialismo y de apego a las comodidades y conveniencias modernas, que por mucho sobrepasan a los del rico en los tiempos de Cristo. Al igual que ese joven rico, puede que muchas jovencitas hayan observado los mandamientos desde su niñez; con todo, tiemblan con solo pensar en sacrificar casa y familia propias, la carrera y la vida social, las comodidades de la vida moderna y la simple independencia de vivir su propia vida. Puede que a menudo solo sienta repugnancia por tal vida de sacrificio. Estos sentimientos son totalmente normales. Asimismo, quizá luego tenga que pugnar con la desaprobación de sus amistades mundanas, quienes llaman la vida religiosa una pérdida, un inútil desperdicio de las mejores cosas en la vida.

Seguir el llamado es un sacrificio. Y aun cuando Dios no espera este sacrificio de todos, sí fija su mirada en algunas almas con un amor especial, esperando, aguardando, anhelando…. Debemos recordar que Dios puede escoger a cualquiera; pero no escoge a una joven porque sea buena y piadosa, sino porque Él es bueno e infinitamente misericordioso. Los apóstoles, después de todo, fueron hombres rudos, incultos, tercos: fueron pecadores.

Por supuesto, la vida en el convento no siempre es fácil, pero, si a eso vamos, tampoco lo es la vida de matrimonio. La religiosa sigue los pasos de Jesús más de cerca que el cristiano ordinario. “Si quieres ser perfecto, ve, vende tus bienes y da a los pobres… niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme…” Como su novia, ella comparte los intereses de su Sagrado Corazón, y, al igual que Él, vive en la pobreza, la simplicidad, la pureza y la humildad. En unión con Él, se sacrifica para la salvación de las almas. En este mundo moderno, donde el pecado y la ingratitud nuevamente le crucifican, la monja esta allí para ofrecerle su amor y reparación para consolar su Sagrado Corazón como solo una esposa puede hacerlo.

Una vez que una mujer entra en el convento, ¿qué puede esperar? ¿Puede cambiar de opinión después de entrar? Sí, una candidata puede irse en cualquier momento durante su postulación y noviciado (más o menos en su primer año y medio). Se le da consejo continuo, y, llegado el momento oportuno, la religiosa toma sus votos por propia voluntad. Si ella o sus superiores sienten que no está destinada para la vida consagrada, ya sea como postulante o novicia, o aún después de que sus votos temporales se hayan vencido, puede irse con plena libertad. Muy sabiamente desea la Iglesia asegurarse de la resolución de la candidata, y al mismo saber que tenga las cualidades físicas, mentales y morales que confirmarán una vocación exitosa.

¿Cómo sabe una joven si es llamada por Cristo para ser monja? Ningún ángel le anunciará su vocación. La cuestión de si uno tiene una vocación a la vida religiosa se basa con frecuencia en la errónea suposición de que tiene que ser tan absoluta y clara que apenas habría opción para el libre albedrío. Esto, sin embargo, no es el caso. Existen ciertas condiciones absolutas para una vocación, sin las cuales se puede estar segura de que Dios no la está invitando a entrar al convento. Otras señales se encuentran inherentes y dependen del libre albedrío, pero son inspiradas por la gracia de Dios como una invitación a seguirle. Estas son las señales:

Las incondicionales:

1. Buena salud: puesto que la vida religiosa exige grandes esfuerzos físicos, es necesario tener buena salud.

2. Talentos ordinarios: debe tener al menos habilidades ordinarias para seguir una vocación.

3. Independencia razonable: si está obligada a cuidar de sus padres, por ejemplo, no está libre para entrar al estado religioso.

4. Piedad normal: si no tiene, cuando menos, una devoción ordinaria a las prácticas religiosas, difícilmente puede esperarse que esté dispuesta para las extraordinarias prácticas religiosas.

Otras señales:

1. Un espíritu de sacrificio: la capacidad para poder abandonar los bienes inferiores, aunque más atractivos, a favor de los bienes superiores y espirituales.

2. Un espíritu de celo: aquella forma especial de la caridad que inspira a querer hacer algo para salvar almas.

3. Un espíritu de desinterés: el poder que capacita a una persona para estar en el mundo, pero no ser del mundo; para controlar las emociones y, si es necesario, sumprimirlas. Esto es imprescindible para un llamado al celibato.

4. Un deseo de ser religiosa o una convicción de que entrar al estado religioso es el camino más seguro para salvar el alma.