La importancia del latín en la liturgia

Sor Marija Ona, CMRI


Este artículo es la adaptación de unas notas escritas por sor Marija Ona (†), CMRI, y que dio a sus estudiantes de latín en Michael’s Academy (en el Monte san Miguel, Spokane [Washington]). Muchas de las ideas halladas en las notas las seleccionó ella de la magnífica obra del Dr. Nicholas Gihr, The Holy Sacrifice of the Mass — Dogmatically, Liturgically, and Ascetically Explained (Londres: B. Herder Book Co., 1949). Como maestra, no solo enseñó la materia, sino que inspiró a sus alumnos a que estudiaran y alcanzaran una mayor apreciación de su patrimonio latino como católicos romanos.


El latín: el idioma de la oración

En el pasado, antes de que algunos de ustedes siquiera nacieran, los rayos solares caían a toda hora sobre las capillas y las catedrales, los hospitales y campamentos, lugares donde a Dios se ofrecía incesantemente el santo sacrificio de la misa. Saben que cuando el sol se pone en nuestro hemisferio occidenal, se levanta en el Este: en Australia, en Asia, en Europa y en África. Así, en cada momento, en alguna parte del mundo, un sacerdote estaba al pie del altar, diciendo en latín: “Introibo ad altare Dei” (Subiré al altar de Dios).

El latín es la voz piadosa del rito romano, al que pertenecen decenas de millones de católicos. En el ofrecimiento universal de la misa se cumple la profecía del Antiguo Testamento: “Porque desde Levante hasta Poniente es grande mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se sacrifica y se ofrece al nombre mío una ofrenda pura” (Malaquías 1:11).

El latín es una lengua sagrada. Para comunicarnos con los demás, utilizamos los otros idiomas, pero para hablar con Dios usamos el latín. Las otras lenguas han sido usadas en ciertas partes o regiones del mundo; el latín fue usado universalmente, esto es, antes de la Gran Apostasía.

El idioma latín fue santificado por la inscripción mística de la cruz: “Iesus Nazarenus, Rex Iudaeorum” (Jesús de Nazaret, rey de los judíos). Aparte de estar en latín, la inscripción también estaba en hebreo y griego. Esto lo leemos en la Pasión según los santos Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Fue Pilato quien escribió este título. Cuando los judíos protestaron, dijo: “Quod scripsi, scripsi” (Lo que he escrito, he escrito).

Desde el principio mismo de la institución de la santa misa, el incruento sacrificio se ha ofrecido principalmente en estas tres lenguas. Con el tiempo, sin embargo, el idioma latín predominó. La Providencia divina escogió Roma como el centro de la Iglesia católica. En tanto el cristianismo se extendía por el mundo occidental, el latín litúrgico se difundía junto con él. En el decurso de los siglos, el latín dejó de ser usado en la comunicación cotidiana; pero en la sagrada liturgia preservó su original, inmaculada y prístina belleza y estabilidad.

La Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, salvaguardó el uso del latín con vigilancia paternal y lo defendió con inquebrantable firmeza de generación en generación. Esto no fue un sentimentalismo vacío, sino una necesidad esencial. El santo sacrificio de la misa — el corazón de la Iglesia romana y universal — debía de ser preservado de toda corrupción y mancha, debía ser santo. Como idioma “muerto,” el latín fue el más apropiado para el culto de Dios. Por un lado, unió a todos los fieles; por el otro, preservó la integridad de la fe.

La sagrada liturgia es la vía principal por la que se ha transmitido la tradición dogmática de generación en generación. El dogma es la base de la vida eclesiástica, de la disciplina y el culto. Esa es la razón por la que las verdades de la fe católica se reflejan en las oraciones litúrgicas, los servicios y las ceremonias. De ahí viene el axioma teológico Lex orandi, lex credendi (Así como oras, así crees — o, más literalmente — La ley de oración es ley de creencia).

Gracias a la inmutabilidad del latín, las verdades de nuestra fe han sido preservadas de la aberración y de la destrucción. Debemos estar alegres y agradecidos de que podemos orar en el mismo idioma y con las mismas palabras como lo hicieron todos los cristians a través de los siglos. El latín estuvo en los labios de los primeros cristianos, fue escuchado en las oscuras catacumbas, en las antiguas basílicas y en las catedrales de la Edad Media… Los papas, santos, obispos y sacerdotes de todas las épocas ofrecieron el santo sacrificio de la misa en este idioma… En honor a estas palabras latinas, los maestros de la palabra — los poetas — escribieron poemas, y los grandes compositores escribieron música. El latín fue verdaderamente el idioma del mundo (“Urbis et Orbis”). Sí, el latín fue, es y siempre será el idioma oficial de la Iglesia, y no solo en el santo sacrificio de la misa, sino también como medio de comunicación entre el papa, los obispos y teólogos, especialmente en los concilios de la Iglesia. [Irónicamente, los asuntos del Vaticano II se llevaron a cabo en latín, y en este concilio herético se ordenó el uso continuo del latín: prescripción rápidamente abandonada.] Cuando un sacerdote, por ejemplo en China, recibía un documento oficial de Roma, lo encontraba escrito en latín. De Roma, el latín llevaba las decisiones e instrucciones del papa a los obispos, ya en Brasil, los Estados Unidos, Inglaterra, Suráfrica o Zanzibar.

En la historia de la Iglesia encontramos varios intentos por reemplazar el latín con el lenguaje cotidiano, mas el latín permaneció victorioso. Los que deseaban destruir la preminencia del latín fueron los que luchaban abiertamente o a escondidas para destruir la unidad de la Iglesia, para impedir los lazos con Roma, para debilitar el espíritu del catolicismo o para destruir la simplicidad y la integridad de nuestra fe.

¿Qué le hubiera pasado a los libros litúrgicos si, en el curso del tiempo, los cambios inevitables de las lenguas vivas ocasionaran el cambio inevitable en los significados de ciertas palabras? Cualquier traductor sabe que hasta con las mejores intenciones es fácil cometer errores, y hasta errores graves, en el proceso. ¡Con razón los traductores cobran precios exorbitantes por su trabajo: desde 25 centavos a un dólar por palabra!

¿Qué si las lenguas vivas y cotidianas se usaran? La Iglesia tendría un problema continuo de revisar y volver a revisar las traducciones a fin de mantener la uniformidad de creencia. Este juego muy fácilmente podría haber resultado en la pérdida de la unidad de la Iglesia católica. Y este cisma en la unidad puede que ocurriera no sólo a la larga, sino rápidamente, en la misma nación y en la misma generación. La historia nos enseña que tan pronto como una lengua viva era introducida en la liturgia, a menudo se volvía la causa de cisma y herejía. La Santa Madre Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, siempre ha protegido sus ovejas de la calamidad de la Torre de Babel.

Una crítica que se menciona frecuentemente es que Roma aprobó otros idiomas aparte del latín para los otros ritos; por lo tanto, el vernáculo debería usarse en todas partes. Este argumento no se sostiene, ya que las lenguas litúrgicas de los otros ritos no están en la forma moderna y viva. Más bien, ellas también son lenguas antiguas, que, para la mayoría de la gente, es tan conocida como nuestro latín. En nuestros tiempos, existen once lenguas usadas en los ritos católicos orientales: griego, siríaco, caldeo, árabe, etíope, eslavo, bielorruso, búlgaro, armenio, copto y rumano. Con excepción del rumano, todas esta lenguas litúrgicas son antiguas y muertas.

Los apóstoles, habiendo recibido del Espíritu Santo el don de las lenguas, pudieron haber ofrecido el santo sacrificio de la misa en cualquier lengua, pero que usaran el arameo (sirio-caldeo), el griego o el latín es imposible de determinar. Es cierto, sin embargo, que en los primeros cuatro siglos, no se usaron otras lenguas litúrgicas más que las tres inscritas sobre la cruz: el hebreo, el griego y el latín. En el Oeste, por ejemplo, el latín fue usado en Italia, Alemania, España, Francia e Inglaterra. Al final del siglo IX, el papa Juan VIII dio permiso a los moravianos (que vivían en lo que hoy son las repúblicas checa y eslovaca) para que ofrecieran misa en el idioma eslavo. Como saben, los moravianos fueron convertidos por los santos Cirilio y Metodio. Este permiso fue concedido probablemente para proteger a los moravianos del cisma griego. Después, la Iglesia permitió a los cismáticos y herejes que regresaron al rebaño retener sus idiomas litúrgicos.

Es importante mencionar que en los tiempos de Cristo, el idioma de los patriarcas del Pueblo escogido fue el hebreo antiguo, que el común del pueblo judío no entendía. Tras el cautiverio babilónico, usaron el dialecto sirio-caldeo (arameo). Así, vemos que Nuestro Señor y los apóstoles participaron en los servicio realizados en un idioma antiguo y no vivo.

El culto de Dios es un misterio, imposible de comprender en su totalidad o de captar con los sentidos. Por eso, el argumento de “hoy podemos entender con la liturgia en vernáculo” no cuenta.

El latín: el idioma del imperio romano

Vemos que el latín es el idioma universal de la Iglesia católica. Pero ¿quién fue el primero en hablar latín y por qué se volvió tan importante? El latín fue el idioma de los habitantes de una región llamada Latium, en la antigua Italia, donde se situaba la ciudad de Roma. En Italia se hablaban docenas de dialectos, pero el idioma de Roma estaba destinado a extenderse por el mundo. Los romanos gradualmnete conquistaron a sus vecinos. Los soldados romanos marcharon a las costas sureñas como conquistadores; sus pasos fueron escuchados en los Alpes y en los desiertos africanos. Galia, España, Noráfrica, el mundo mediterráneo entero: todos fueron unidos en un gran imperio bajo Roma.

Así como el español y el portugués se volvieron las lenguas predominantes en Suramérica a causa de la colonización por parte de España y Portugal, así el latín se volvió en el idioma predominante del Imperio romano. Aun después de la caída del imperio, el latín continuó siendo hablado por toda Europa. Durante la Edad Media, fue el idioma universal del saber y la ciencia. Aún hoy, los que estudian medicina, leyes, matemáticas, idiomas y varias ciencias naturales estudian latín. El español, el portugués, el francés, el italiano y el rumano son todos ediciones modernas del latín, y todavía muestran una similitud estrecha a la antigua lengua madre. Es por esto que al que tiene conocimiento del latín se le facilita el aprendizaje de los idiomas modernos.

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