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La liturgia de Navidad

Obispo Mark A. Pivarunas, CMRI

Fiesta de la natividad de nuestro divino Señor
25 de diciembre de 1994

Amados en Cristo:

En esta sagrada temporada de Navidad, nuestra santa madre la Iglesia católica celebra de manera singular y maravillosa la feliz fiesta de la Natividad de su divino Salvador Jesucristo. Esto puede verse fácilmente, en particular, por el permiso especial que concede a los sacerdotes de ofrecer el santo sacrificio de la misa tres veces en el cumpleaños de Cristo, y por la prolongación de la celebración de su nacimiento por extensión de ocho días, la octava de Navidad. Mientras seguimos la liturgia eclesiástica durante esta octava y por toda la temporada navideña, iremos encontrando tremendo significado en todo lo que la Iglesia católica hace en su culto oficial y público de Dios. Esta es la razón por la que el papa san Pío X y el papa Pío XII animaron a los fieles a seguir la santa misa y las otras ceremonias litúrgicas con sus misales.

Papa San Pío X: “Si deseáis oír misa de la forma en que se debe, debéis seguir con los ojos, el corazón y los labios todo lo que ocurre en el altar.”

Papa Pío XII: “Colocad el misal en las manos de los fieles para que puedan participar más fácil y fructíferamente en la misa; y que los fieles, unidos con el sacerdote, puedan rezar juntos en las mismas palabras y sentimientos de la Iglesia.”

“El deber más urgente de los cristianos es vivir la vida litúrgica y aumentar y estimar su espíritu sobrenatural.”

Por otra parte, el Abad Guéranger, O.S.B., en su voluminosa obra, El año litúrgico, escribió que los primeros cristianos estaban espiritualmente fuertes y bien educados en su fe católica a causa del amor y el conocimiento de la liturgia:

“La oración de la Iglesia es muy grato a los oídos y al corazón de Dios, y es, por tanto, la más eficaz de todas las oraciones. Feliz, entonces, quien ora con la Iglesia y une sus propias peticiones con las de esta esposa, tan querida a su Señor…”

“Es por esta razón que nuestro bendito Salvador nos enseñó a decir Padre nuestro y no Padre mío; danos, perdónanos, líbranos, y no dame, perdóname, líbrame….”

“Así, iniciados en el sagrado ciclo de los misterios del año cristiano, los fieles, atentos a las enseñanzas del Espíritu, llegaron a conocer los secretos de la vida eterna; y sin alguna otra preparación, no infrecuentemente escogían los obispos a un cristiano para ser sacerdote o hasta obispo, para que pudiera ir y derramar sobre la gente los tesoros de la sabiduría y el amor, que él había ya bebido de la misma fuente (la liturgia).”

¡Qué declaración tan extraordinaria! Los cristianos primitivos estaban tan bien establecidos en la fe que eran escogidos para ser sacerdotes o hasta obispos. Esto nos recuerda del famosísimo axioma lex orandi, lex credendi, que significa: la ley de la oración es la ley de la creencia. En otras palabras, la manera de orar manifiesta la creencia.

Finalmente, la liturgia de la Iglesia puede hermosamente compararse al maná, por el cual Dios alimentó milagrosamente a su pueblo escogido en el desierto. Este maná tenía una propiedad milagrosa: satisfizo las necesidades y gustos físicos de todos por cuarenta años. Era lo suficientemente sustancioso para mantener a hombres y mujeres adultos, y, aun así, sabroso y digerible para los niños pequeños. De igual manera, la liturgia de la Iglesia católica es un maná espiritual por el que los fieles católicos, jóvenes y adultos, cultos e incultos, se alimentan sacramental y espiritualmente. La liturgia es tan sencilla en su significado que hasta un niño puede comprender las verdades representadas; con todo, es tan profunda que los teólogos eruditos siempre tendrán material suficiente para ponderar sobre los misterios significados por las oraciones y ceremonias.

Consideremos brevemente la liturgia de la fiesta de Navidad, a fin de poder encontrar allí dentro la tremenda riqueza de gracia e inspiración que contiene:

En primer lugar, al sacerdote se le permite celebrar tres misas el día de Navidad: una a la medianoche, otra al amanecer y aún otra en el transcurso del día. Esto es para significar los tres tipos de nacimiento de Jesucristo: su nacimiento humano de la Inmaculada Virgen María en el tiempo, su nacimiento espiritual en nuestras almas por medio de la gracia santificante (la vida divina), y su generación eterna o nacimiento en el Seno de su Padre. Y cuando consideramos cada uno de los tres tipos de nacimiento, encontramos mucho material para la instrucción doctrinal y espiritual.

La primer misa, ofrecida a la medianoche, honra el nacimiento humano del Hijo de Dios de la Inmaculada Virgen María en el tiempo. Esto fue profetizado hace muchos siglos por el profeta Isaías:

“Por lo tanto, el mismo Señor os dará la señal: Sabed que una Virgen concebirá y parirá un Hijo, y su nombre será Emmanuel.”

En la primer misa, vemos maravillosamente trazada la doctrina de la unión Hipostática de Jesucristo, la unión de la naturaleza divina y la naturaleza humana en una Persona divina.

El Introito y el Gradual establecen ambos la divinidad de Jesucristo a partir del libro de los Salmos en el Antiguo Testamento:

Introito: “Díjome el Señor: Mi Hijo eres tú: Yo te he engendrado hoy” (Salmos 2).

Gradual: “Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga tus enemigos por escabel de tus pies” (Salmos 109).

Luego el Evangelio para esta misa, tomada de san Lucas, nos narra el evento más prodigioso en la historia de la humanidad: el nacimiento de nuestro divino Salvador en el establo de Belén. San Lucas describe en detalle todas las circunstancias que rodearon el nacimiento de Cristo: el censo de Augusto César, la partida de José y María para Belén, el nacimeinto de Jesús en el establo “porque no había lugar para ellos en el mesón,” la envoltura del Niño en pañales, y el anuncio de su nacimiento a los pastores por medio de un ángel. Aquí no podemos más que maravillarnos de la profunda humildad y pobreza del Hijo de Dios y del hermoso ejemplo que nos da acerca del abandono de todos los bienes y honores mundanos. Sobre todo, vemos en la Encarnación y Nacimiento de Nuestro Señor el infinito amor de Dios para con nosotros sus criaturas:

“Porque Dios amó al mundo de tal manera, que dio a su Hijo Unigénito” (Juan 3:16).

La segunda misa, que se ofrece al amanecer, honra el nacimiento espiritual de Cristo en nuestras almas por medio de la gracia santificante. Esta misa se ofrece al amanecer para significar que Cristo es la Luz del mundo y que vino a iluminar los corazones y almas de los hombres. Este tema nos recuerda del verdadero significado del espíritu de Navidad: que la celebración del nacimiento de nuestro Señor debería traernos la gracia para vivir una nueva vida, libre del pecado, y también la gracia para comprender que Cristo, a cambio de la humanidad que de nosotros toma, desea hacernos partícipes de su Divinidad a través de la gracia santificante.

El Evangelio para esta segunda misa también se toma de san Lucas y continúa la detallada narración comenzada en el Evangelio de la medianoche. Su Evangelio es llamado en ocasiones el Evangelio de nuestra Señora, pues relata los eventos que únicamente pudieron haber sido conocidos por la santa Virgen. San Lucas nota esto muy bien con la frase, “María, por su parte, guardaba con cuidado todas estas cosas, meditándolas en su corazón.” Leemos cómo los pastores cooperaron con la gracia de Dios y “fueron con prisa” a Belén, donde “encontraron a María y a José y al niño reclinado en el pesebre.” Hay un dato interesante acerca de los pastores, su viaje a Belén, y su encuentro con el Niño en el pesebre. La palabra Belén significa en el idioma hebreo “la casa de pan”; asimismo es significativo que nuestra santa Madre colocó al Niño en el pesebre (el lugar para alimento de los animales). Verdaderamente, Jesús es el “Pan vivo que bajó del cielo,” y a quien recibimos en la sagra comunión. Cada vez que participamos del sacramento de la Sagrada Eucaristía, la Navidad se renueva espiritualmente en nuestras almas.

La tercer Misa se celebra en honor a la Divina Generación del Hijo de Dios a partir del Padre en la eternidad. Esto es exactamente lo que profesamos en el Credo niceno en la santa misa:

“Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso… Y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios. Y nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios de Dios; Luz de Luz; Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no hecho; consubstancial al Padre…”

Este tema, de la Divina Generación del Hijo Unigénito del Padre, se expresa poderosamente en el Evangelio de san Juan tomado para esta misa:

“En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio en Dios. Todas las cosas existen por Él, y sin Él nada empezó de cuanto existe. […] Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:1-14).

¡Qué misterios tan profundos celebramos en la Navidad, misterios de nuestra santa fe, que Dios nos ha revelado y que nunca podremos comprender enteramente en esta vida! Resolvamos celebrar el nacimiento de nuestro divino Salvador correctamente. Recordemos siempre que este mismo Jesucristo, el Hijo Unigénito de Dios nacido en Belén hace casi 2000 años, siempre está presente en nuestros altares en la Sagrada Eucaristía. Cuando ofrecemos la santa misa, y efectuamos las funciones litúrgicas, participamos en la vida divina de la gracia santificante, esa vida divina que vino a darnos cuando vino al mundo.

¡Estén todos seguros de mis oraciones por ustedes, especialmente durante la santa misa, y que la paz de Cristo esté con ustedes durante esta santa temporada y permanezca para siempre!

In Christo Jesu et Maria Immaculata,
Rvmo. Mark A. Pivarunas, CMRI

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